A ciencia cierta no sé quien invento la frasecita, pero quien lo haya hecho estaba realmente en lo cierto. Pudiera echar un superchoro del por qué lo amo, pero sería más fácil decir que desde el primer momento que pisé esta ciudad fue definitivamente amor a primera vista y es que pase lo que pase, nunca hay un día igual en New York.
Sus calles, la gente, el tráfico, los altos rascacielos o las zonas menos transitadas por los turistas en su primera visita, pero con más sabor de la ciudad como lo son: Grenwich Village, Tribeca o Soho, en donde de un momento a otro te encuentras arte incluso pegado a los postes de luz, el metro, alcantarillas o paredes viejas a las que a simple vista pudieran pasar desapercibidas. Todo se mueve demasiado rápido y en el momento en el que parece que fueras a volverte loca, te das cuenta de que sí, esta ciudad no sólo está hecha de kilómetros de cemento, ¿ya te cayó el 20? ¡estás es una ISLA! Y lo que realmente me encanta cada vez que estoy ahí, es que pareciera como si tan sólo caminar sobre sus destellantes banquetas te hiciera una persona diferente y aunque la neta sé que no es así, de verdad se siente como si lo fueras.
